Seres racionales, ideas irracionales

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“Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pe­dir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestár­melo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he he­cho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de ha­cerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo. Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el ve­cino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso: ¡Quédese usted con su martillo, so penco!” (Paul Watzlawik, El Arte de Amargarse La Vida).

¿Qué os parece esta historia?, ¿pensáis que esto o algo similar puede pasarnos a cualquiera? Ciertamente, al estar contada en clave de humor, nos puede parecer que se aleja de la realidad, pero en ocasiones las situaciones más cómicas están basadas en hechos muy cercanos a la realidad.

Lo que quiero extraer de esta historia es el concepto de idea o pensamiento irracional, que aunque no se nombre explícitamente es el núcleo de la historia.

¿Qué es un pensamiento irracional? Es un pensamiento falso, no apoyado en datos, absurdo, ilógico, no razonable y no basado en la realidad. Además nos impide que consigamos nuestras metas.

Según la teoría de Albert Ellis (de quien ahora hablaremos), nuestros pensamientos irracionales concretos (por ejemplo “no le caigo bien a nadie”) surgen de otras ideas irracionales más generales que están en la base del problema. Vamos a ver unos ejemplos para que quede más claro a lo que me refiero:

IDEA IRRACIONAL BÁSICA

IDEA IRRACIONAL EN EXPRESIONES COTIDIANAS

Para considerarme como una persona válida, debo hacer a la perfección todo lo que intente.

“Soy un inútil”, “Siempre me sale todo mal”…

Necesito que todas las personas significativas para mí me aprueben, apoyen o amen.

“Voy a hacer el ridículo”, “¿Qué pensarán de mí?”…

Es horroroso, terrible y catastrófico que las cosas no funcionen exactamente como yo quiero.

“Esto no es justo”, “¿Por qué me pasan estas cosas a mí?”

Supongo que estos últimos ejemplos ya no nos suenan tan lejanos y todos los hemos experimentado alguna vez y conocemos a muchas personas a las que les hemos oído frases similares. Situaciones como la de la historia del hombre y el martillo nos pasan mucho más frecuentemente de lo que puede parecer. Y aunque ciertas personas son mucho más propensas a tener pensamientos irracionales, la verdad es que todos nosotros los tenemos en mayor o menor medida.

Es en estas ideas irracionales en las que incide la Terapia Cognitiva. Esta terapia no se asocia a puntos de vista u opiniones, sino a hechos, a pruebas objetivas.

El origen de las terapias cognitivas está en Albert Ellis y Aaron Beck. Hoy vamos a centrarnos más en Ellis. Este psicólogo basó su trabajo en la convicción de que buena parte de los problemas psicológicos se deben a patrones de pensamientos irracionales, centrando su teoría en que “Las personas no se alteran por los hechos, sino por lo que piensan acerca de los hechos”. En base a esto, Ellis creó la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), donde uno de los principales conceptos es el “Modelo ABC”:

A: Situaciones (hechos activadores)

B: Pensamientos (creencias y evaluaciones)

C: Emociones y conductas (consecuencias)

Vamos a analizar la historia del hombre y el martillo según este modelo para entenderlo mejor…

A:(situación). Un hombre quiere colgar un cuadro, pero él únicamente tiene el clavo. El martillo tiene que pedírselo prestado a su vecino.

B: (pensamientos). ¿Y si no quiere prestár­melo? Ayer me saludó algo distraído. Quizás el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de ha­cerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Y luego todavía se imagina que dependo de él.

C: (emociones y conductas). Sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, y, antes de que el ve­cino tenga tiempo de decir «buenos días», nuestro hombre le grita furioso: “¡Quédese usted con su martillo, so penco!” Y la respuesta emocional sería en enfado, la rabia o la indignación.

¿Qué podemos deducir viendo esto? Las situaciones que experimentamos en nuestro día a día (A) son las que son, a veces no podemos hacer nada para cambiarlas (otras veces sí, pero vamos a fijarnos en las que no tenemos la posibilidad de cambiar). A partir de esta situación “aparecen” unos pensamientos en nuestra mente (B), y como consecuencia de éstos se dan ciertas emociones y conductas (C). Pero… ¿creéis que todo el mundo habría actuado igual que el hombre de la historia en esa situación?, ¿de qué depende que actuemos y nos sintamos de una u otra manera? Efectivamente, serán los pensamientos (B) lo que medie entre la situación (A) y la conducta (C). No son los acontecimientos los que nos generan por sí solos los estados emocionales, sino la manera de interpretarlos (B).

La conclusión de todo esto es que si somos capaces de cambiar nuestros pensamientos ante las situaciones que nos toca vivir seremos capaces de generar estados emocionales más adecuados y que no nos hagan sufrir ni a nosotros ni a los demás. Es decir, ¡podemos ser más felices tan sólo cambiando nuestra forma de pensar!

Amparo Puche García