Imagínense una simple habitación, no muy grande, con buena luminosidad y acogedora. En ella se encuentran 30 personas, sentadas en sus respectivas sillas y mirando a una única persona, la cual es el centro de las miradas. Dicha persona se encuentra al frente de la habitación y va a presentar al resto de la clase la exposición sobre su trabajo.
La persona en cuestión se propone a empezar su discurso. Comienza titubeante y tartamudeando considerablemente. A los pocos segundos siente calor y se ruboriza, sus piernas empiezan a temblar y el corazón le late a mil por hora. Entonces deja de hablar y no puede continuar. Después de unos minutos callado y sintiéndose cada vez peor, ante el asombro de los presentes, decide hablar con el profesor y sentarse en su sitio sin terminar la exposición de un largo y tedioso trabajo, en el cual ha invertido muchísimas horas.
Finalmente, el profesor decide suspender su trabajo a causa de la pésima exposición, a pesar de haber desarrollado un trabajo escrito espléndido.
Ahora quiero que se imaginen otra situación. Una mujer se encuentra en el juzgado con el consiguiente objetivo de defender a su cliente ante un caso de abuso. Ha trabajado mucho en este caso y le ha dedicado muchas más horas que a cualquier otro.
Durante la sesión, es el turno de que nuestra abogada exponga sus argumentos a favor de su cliente. Se levanta y va al centro de la sala. Sabe que este caso en concreto es duro y difícil, y por ello tiene que convencer sí o sí al juez y al jurado presente.
En dichos instantes la abogada, en vez de centrarse en sus argumentos, piensa: “No voy a ganar el caso”, “Lo voy a hacer mal”, “Me van a criticar y pensaran que soy una profesional nefasta”, “Notaran que estoy nerviosa”,… A pesar de todos los pensamientos que le pasaban por su cabeza, expuso su defensa. Cierto es, que no lo hizo como lo había preparado y se le olvidó comentar datos muy importantes para ganar su caso y defender a su cliente. Además, el terror y la ansiedad que tuvo que soportar durante esos momentos fue terrible. Por lo que deseaba terminar la más pronto posible.
No es la primera vez que le ocurre, hace años que tiene el mismo problema. Por ello decide dejar su trabajo y buscar una empresa donde no tenga que exponer sus casos, si no trabajar desde la sombra.
Estas dos situaciones expuestas anteriormente muestran a dos personas que padecen Fobia social. Es una fobia específica que causa un miedo intenso, acusado y persistente cuando la persona se encuentra en situaciones sociales. En la mayoría de ocasiones el estímulo fóbico (por ejemplo, una cena con un grupo de gente) es evitado, si bien, a veces puede experimentarse, aunque con sumo terror. Cuando se experimenta la situación temida, existe una respuesta inmediata de ansiedad, que puede tomar la forma de una crisis de angustia situacional o más o menos relacionada con una situación.
En estas situaciones la persona se ve expuesta a las evaluaciones críticas por parte de los demás. El individuo teme actuar de un modo (o mostrar síntomas de ansiedad) que sea humillante y embarazoso. Las situaciones más temidas por la mayoría de fóbicos sociales son: hablar en público, mantener una charla informar o asistir a una reunión, acudir a fiestas, mantener una conversación,…
Como en todas las fobias la persona reconoce que este temor es excesivo e irracional. Aún así, nunca una fobia se puede racionalizar a través de un modelo cognitivo. En todas las fobias los sujetos realizan conductas de seguridad con tal de evitar o huir de la situación y por tanto, protegerse ante un peligro que consideran real. Entre las conductas de seguridad más características en este trastorno de ansiedad, podríamos nombrar el evitar mirar a los ojos o desviar la mirada, apoyar las manos en algún lugar por si tiemblan, evitar ciertas personas/lugares, no participar, tensar los músculos fuertemente para no temblar, evitar iniciar o mantener una conversación,…
Por otro lado, comentar que, existe una multi-causalidad para explicar el origen de la fobia social, tales como factores genéticos, modelaje familiar, factores cerebrales, factores contextuales, factores de personalidad o situaciones traumáticas/estresantes.
Concluyendo, los comportamientos de evitación, la anticipación ansiosa, o el malestar que aparece en las situaciones sociales o actuaciones en público temidas por la persona, interfieren acusadamente con la rutina normal y su vida cotidiana, con sus relaciones laborales, académicas y sociales, o bien producen un malestar clínicamente significativo.
Aún así, siempre hay una solución o una mejora: exposición con la ayuda de un psicólogo.
En otros artículos se entrará más detalladamente a explicar el tratamiento general para este tipo de trastorno. Mientras tanto…. ¡sigue leyendo!
“No es más valiente el que no teme a nada, si no el que teme y lo supera”.
Mª Pilar Ferre Ribera