Caída brusca, ruido gutural, movimientos extraños de sacudidas, mordedura de lengua, pérdida de la conciencia y en unos minutos vuelta a la realidad como si nada. Esta podría ser la carta de presentación del tema que nos incumbe hoy: la epilepsia. Víctima de numerosas especulaciones sobre su origen, causa y tratamiento, siempre se ha mantenido en una posición entre lo médico y lo mágico o esotérico. En la antigüedad se ha atribuido a posesiones demoníacas, enfermedades mentales, epidemias, etc. Y es que pocas enfermedades se conocen que hagan aparición de manera tan súbitay espectacular y que posteriormente el paciente se reponga en tan poco tiempo. Por suerte, hoy en día es una entidad conocida y es diagnosticada, tratada e incluso curada por neurólogos, de modo que se ha reducido el estigma del cual ha sido víctima.
A pesar de ello, se ha visto que las personas que han tenido este tipo de crisis tienen más riesgo de sufrir depresión, ansiedad u otros trastornos de índole psiquiátrico. Esto se debe a que algunos de ellos, bien debido a la frecuencia o gravedad de las crisis o bien por la aceptación o consecuencias de ella, ven alterada su vida diaria.
Entonces, decidís acudir al hospital para haceros todas las pruebas pertinentes y toda la parafernalia. Pero, ¿os imagináis tener una crisis de este tipo y que al llegar al hospital el neurólogo os comunique que no se trata de epilepsia? Es lo que se llama crisis psicógenas no epilépticas o pseudocrisis, entidad en la que la persona puede padecer convulsiones o desconexiones del medio casi indistinguibles de una crisis epiléptica pero que, a diferencia de ésta, no tiene alteraciones en el electroencefalograma que lo explique.
Así pues, ¿cuál es su causa? Los estudios realizados hasta la actualidad, indican que es una patología psiquiátrica, en la que en la mayoría de los casos se suele encontrar psicopatología acompañante como trastornos de ansiedad, trastornos afectivos y trastornos de personalidad. Evidentemente, resulta difícil de aceptar que un trastorno de ansiedad pueda expresarse de manera tan ostentosa y que, además, pueda llegar a ser igual o más invalidante que la epilepsia, ya que hay personas que sufren tal número de crisis al día que no pueden llevar una vida normal.
Muchas de estas personas suelen estar diagnosticadas previamente de epilepsia e incluso tratadas con fármacos anticonvulsivos, por lo que resulta aún más desconcertante cuando un profesional les comunica que aquello que toma no le hace ningún beneficio. De hecho, el tratamiento de elección es la psicoterapia y, en los casos que lo precisan por la causa, tratamiento psicofarmacológico, no estando indicados los antiepilépticos. La dificultad que supone a veces distinguir entre la epilepsia y las crisis psicógenas, así como la estigmatización que tiene cualquier enfermedad psiquiátrica, hace que los pacientes vayan tanto al neurólogo como al psiquiatra, o que incluso algunos se resistan a ir a una consulta de psicología o psiquiatría.
Lo cierto es que desvelar las posibles causas –como pueden ser gestión del estrés, dinámicas familiares alteradas, elevada ansiedad, rasgos desadaptativos de personalidad o síntomas depresivos–, así como realizar un correcto abordaje de las mismas, es decisivo para el pronóstico. La parte positiva de este embrollo es que la gran mayoría de los pacientes mejoran con un adecuado tratamiento y, en muchos de ellos, llegan a desaparecer las crisis, lo que nos señala cómo algo tan “etéreo” para muchos como una psicoterapia puede mejorar espectacularmente la calidad de vida de una persona.
Víctor Ribes Carreño
Médico residente en psiquiatría en
el Hospital Vall d’Hebron (Barcelona)